Estaban dos amigos sentados en una terraza de un bar tomando un café y le cuenta Sergio a Luisa lo mal que le iba todo: que su empresa le debía un sueldo atrasado, que no se entendía con su mujer y discutían continuamente, que estaba sin blanca, que los niños sacaban unas notas malísimas, que estaba de médicos por unos dolores que no sabía de dónde venían. Se quejaba de que nada le salía bien, que llevaba una racha malísima y que estaba desesperado. Su vida era un desastre y él se sentía cada día peor.
Su amiga lo miró a los ojos, buscó algo en su bolso, sacó la cartera y extrajo un billete de 100 euros. Le preguntó si se quedaría con esos 100 euros y Sergio le respondió que por supuesto, que para él era una pasta. Luego arrugó el billete e hizo una bola con él, le volvió a preguntar que si lo quería y él le respondió que por supuesto. Estaba arrugado pero aún valía 100 euros. Por último, lo tiró al suelo y lo pisoteó. Se llenó de porquería y se lo volvió a ofrecer. Sergio seguía interesado en él. Seguían siendo 100 pavos.
Entonces Luisa lo miró a los ojos y le dijo: “Sergio, no importa lo machacado, sucio y arrastrado que estés en un momento dado, lo importante es que seas capaz de reconocer tu verdadero valor”