Tener una entrevista de trabajo suele ser una de las situaciones que más nerviosas ponen a la mayoría de las personas. Te juegas el que te contraten y con ello la posibilidad de trabajar en la empresa que deseas y tal vez, digamos que el cambiar de coche, el asegurar que tienes dinero para pagar la hipoteca y hasta que tu suegra no te caliente la cabeza con el trabajo tan bueno que tiene tu cuñado. Fuera de bromas, para algunas personas llega a ser una situación bastante estresante.
Hay cientos de especialistas en recursos humanos que te explicarán cómo presentar tu entrevista, dónde poner el énfasis, cómo mostrarte, qué tipo de preguntas y respuestas ofrecer… todo esto suma para el cómo pero hay una cosa que debes tener en cuenta
Tu actitud crea la diferencia
A lo largo de mi vida, he tenido unas cuantas entrevistas de trabajo. En las primeras, en las que estaba recién licenciada y aún no había comenzado a trabajar, recuerdo que miraba mi currículo de medio folio y pensaba «Uf no tengo ni para completar el folio«. Me sentaba en la silla con la certeza de que me faltaba experiencia, me hacían cuatro preguntas, respondía apocada y bajito, me decían que ya me llamarían ¿y a que no adivinas qué ocurría?. Pues eso, que no me llamaban.
Un día cansada de levantarme aún de noche para comprar el periódico (nada de internet), seleccionar las ofertas, llamar por teléfono (nada de móviles) y ponerme mona para patearme Madrid en busca de mi preciado puesto para nada, algo cambió.
Ese día, decidí que ya estaba bien. Llamé amable y educadamente a la puerta, tomé asiento, escuché su primera pregunta sobre mi experiencia y en ese momento, saltó la alarma y me indigné, «ya estamos, si ya tiene mi currículo y ha visto que son dos meses de experiencia para qué hacer sangre?». Me rehice en la silla, me eché más hacia atrás y no pude evitarlo. Comencé por explicarle que dependiendo del perfil que estaban buscando podría aportarles experiencia, (buena estaba yo para que me hicieran perder un segundo más, si quieres guerra, guerra vas a tener). Mi entrevistador habló del puesto y allí estuve yo rauda y veloz para explicarle cómo podría trabajar con metadatos con los ojos cerrados si fuese necesario. En esta ocasión, me centré en lo que sabía, en lo que podía hacer y yo le fui haciendo las preguntas necesarias para que pudiese comprobar mi interés y mis capacidades. El resultado, me contrató. Tenía el mismo currículo pero había cambiado algo, mi actitud activa.
A partir de ese día, nunca me ha fallado una entrevista de trabajo. En las distancias cortas, la batalla es mía.
«Tanto si crees que puedes como si crees que no puedes, estás en lo cierto»
(Henry Ford)
Tu actitud lo es todo y lo estás trasmitiendo con tu tono de voz y con tu postura corporal. El 93% de la comunicación es lenguaje no verbal. Si mantienes una postura de poder, te sentirás poderoso; si mantienes una postura de encogimiento, te sentirás pequeñito.
Si te enfrentas a una competición, a una entrevista de trabajo, a una negociación, tu interlocutor está leyendo en tu lenguaje corporal cuáles son tus expectativas. Por otra parte, tu mente se adapta a lo que dice tu cuerpo, tu cuerpo se adapta a lo que dice tu mente. Prúebalo.
Te dejo con un video que explica cómo mantener una simple postura durante dos minutos puede convertirte en una persona segura y poderosa.